Mañana jueves, día 8 de Marzo de 2018, está convocada una huelga feminista mundial de 24 horas. Me sumaré, junto a otras compañeras, para denunciar que estamos hartas de la perpetuación de la desigualdad entre mujeres y hombres y para anunciar que no pararemos hasta conseguir acabar con toda la batería de privilegios que la sociedad hetero-patriarcal en la que vivimos ha concedido a los hombres. Queremos reclamar el trozo de pastel que nos pertenece y nos ha sido arrebatado.
¿Y a partir del viernes 9, qué? Soy militante de un partido ecologista y, cómo no, creo que sería interesante formar al personal en el ideario eco-feminista. Pero antes de profundizar veo necesario empezar por lo más básico: los conceptos. He de confesar que hace pocos años que me muevo en entornos feministas y, aunque mi sapiencia en el tema va en crecimiento, no me considero para nada experta en estos temas. Sin embargo, llevo el tiempo suficiente como para poder hacer una pequeña aportación. Hoy quiero escribir sobre los sexismos. Si, “los”, en plural.
El sexismo de tipo hostil es el más fácilmente reconocible para cualquiera, ya que se manifiesta como un insulto directo o una evaluación negativa hacia las mujeres o, directamente, como maltrato físico o psíquico. El sexismo hostil es reprobado por la sociedad pero, sinergiándose con el sexismo hostil y perpetuando el hetero-patriarcado, existe otro tipo de sexismo, más imperceptible, nada reprobado y, por tanto, muy peligroso, llamado sexismo benevolente. Básicamente consiste en discriminar a las mujeres pero utilizando actitudes y tonos positivos con algunas mujeres, de manera que pasa más desapercibido. Su componente fundamental es el paternalismo protector, por eso el sexista benevolente considera que su deber es actuar como un “buen padre de familia” y piensa que las mujeres están mejor en ciertos espacios y roles y que son más débiles que los hombres.
En su pensamiento, los sexistas benevolentes no se consideran sexistas, incluso se reivindican feministas. Su forma de actuación se basa en tratar a las mujeres como si tuvieran que ser amadas, acariciadas, aconsejadas y protegidas, como si la debilidad femenina que ellos se creen requiriese que los hombres cumplan con su papel protector y de sustento económico. El comportamiento sexista positivo hace que algunas mujeres caigan en los brazos de este tipo de machistas sin ni siquiera darse cuenta, bien en el ámbito personal o en el laboral. Para el sexista benevolente son éstas, las que caen a sus pies, las mujeres a amar y proteger, por supuesto, éstas que caen en sus redes y asumen, sin percatarse (algunas incluso percatándose), que su posición es el segundo plano. Las mujeres que reclaman y se rebelan contra esta actitud paternalista no son dignas de los cuidados de un benevolente: Ésas están poseídas por el demonio…
A día de hoy, si ponemos atención y analizamos cómo tratan los medios de comunicación los temas sensibles con mujeres como protagonistas (asesinatos, violaciones, acosos, desapariciones,…) podemos detectar que en general se emplea un estilo sexista benevolente, tanto en los titulares como en el contenido. Curiosamente los dueños de las cadenas y grupos de comunicación son mayoritariamente hombres mientras que, en muchos casos, es una mujer la que da la noticia empleando este estilo paternalista.
El alto nivel de calado en la sociedad del sexismo unido a la influencia de los medios consigue que algunas mujeres, además de aceptar y terminar claudicando ante este paternalismo, se encarguen de transmitir los valores patriarcales y de salvaguardarlos, es decir, son muchas las mujeres que se convierten en agentes de difusión de la ideología sexista.
Si analizamos las redes, son tíos los dueños de unas redes sociales plagadas de trolls sexistas, tanto hostiles como benevolentes. Personas que se esconden bajo una identidad falsa tienen a su disposición la herramienta perfecta para vomitar todas sus frustraciones y perversiones públicamente. Trolls y no trolls, es lamentable la falta de formación feminista que se observa en los mensajes de las redes, tanto en hombres como en mujeres.
Tenemos que formarnos. Sí, hablo directamente de formación, para todas, porque nadie nace feminista. La educación, el contexto en el que nacemos, es sexista, todas somos machistas de nacimiento… el feminismo se aprende, se medita, se adquiere, se interioriza cuando se abren los ojos y los oídos, cuando empiezas a analizar el mundo que te rodea. Hasta la mujer más formada en sus ámbitos puede verse abducida por un machista a través del sexismo benevolente sin percatarse. Son éstas, por ejemplo, las que están diciendo esta semana que no existen motivos para una huelga feminista. Con su actitud y sus argumentos nos indican que sí, sí hay motivos, y muchos además… y para darse cuenta de la cantidad de motivos que hay, solo hay que pararse a darle la vuelta a lo que el mundo nos plantea, a cómo nos lo ha planteado desde que nacimos, hay que pararse a formarse y a pensar, incluso recordar, para llegar a conclusiones. Es un ejercicio que provoca la superación de muchas barreras mentales y educacionales machistas y nos permite empezar a mirar desde las gafas de la objetividad feminista.
Si tuviésemos formación explícita sobre los dos tipos de sexismo existentes, las mujeres (y los hombres que quieran entender, desprenderse de sus privilegios y evolucionar) podríamos hacer más por identificarlos, denunciarlos y cambiar el rumbo de las cosas, empezando por nuestra vida cotidiana, en casa, en el trabajo y en la calle, pasando por las instituciones y acabando en la feminización de la propia sociedad. Con formación feminista podremos hacer frente a ambos sexismos y tendremos más herramientas para identificar los benévolos, esos que están encargados de perpetuar la sociedad hetero-patriarcal y dulcemente nos atan las manos y la mente.